5.10.14

Capítulo III


Él ya no sonreía. Una vez que me había dado la mano, su expresión aparentemente cálida se ha tornado en una mueca seria y glacial. Así mejor. Estaba segura de que la situación sólo podría empeorar si él hubiera seguido hablando conmigo. Aunque iba a vivir con él, no estaba segura de estar preparada para mantenerme tan cerca de un tío tan irresistible con el que me enrollaría fácilmente. Además, habrían sido sensaciones mías, pero me pareció que él también había sentido ese inconveniente escalofrío cuando nuestras manos se encontraron…
Sacudí la cabeza, apartando los pensamientos que atestaban mi mente. Ahora él es tu familia, me recordé. Y debía de mantenerlo presente en todo momento para que la cosa no se nos fuera de las manos. Sí, eso haría…
Alex llevaba mi mochila y caminaba a mi lado, de una manera tranquila y elegante, con paso solemne y la cabeza alta. Sus ojos se habían transformado en dos pedazos de hielo, fríos y distantes. No había contacto visual, pero yo decidí mirarle con disimulo, para que no volviera a descubrirme embobada.
El pelo rubio y corto estaba perfectamente despeinado y en su firme mandíbula se entreveía una incipiente barba que le daba un aspecto muy sexy. Bajé más la mirada, que inevitablemente fue a parar en su cuello. Una cicatriz le recorría la piel desde la parte posterior de la oreja hasta el comienzo de la camisa. Tenía forma de relámpago extraño y su color amoratado era acentuado. La curiosidad podía conmigo… ¿Cuándo se la habría hecho y por qué? Observé también que la camiseta negra se le pegaba demasiado al pecho aparentemente musculado y la camisa gris le dibujaba unos bíceps bien formados. Lo siento, pero no podía evitar comérmelo con la mirada a cada paso que daba. A pesar de que era mi ''hermano'', no me importaría verle sin aquella aparatosa ropa.... ¡No! Me sonrojé y agaché la cabeza. ¿En qué coño estás pensando? Era demasiado tarde. Él pareció volver a darse cuenta, porque compuso una sonrisa juguetona, como si supiera lo que mi sucia mente estaba imaginando y le hubiera divertido. Pero no dijo nada, y eso hizo que mis mejillas ardieran con más rabia.
No Ellie, así no se hacen las cosas.
-¿Qué tal el viaje? -Alex rompió el silencio.
Me dirigió una rápida mirada rebosante de indiferencia y yo levanté la cabeza. Sí, hablar sería lo mejor. Necesitaba distraerme y dejar de pensar en cosas inadecuadas, aunque él fuera la mayor de las distracciones.
-Engorroso -me encogí de hombros-, odio estar sentada durante tanto tiempo. Además, no consigo dormir nada y eso me mata. Soy una persona que necesita dormir, definitivamente.
Afirmó con la cabeza levemente y abrió una puerta. Dejó que yo pasara primero y el gesto caballeroso me agradó bastante.
-Luego, en casa, podrás dormir todo lo que quieras -me aseguró, con el gesto distante. Y añadió-: ¿No te gustan los viajes largos?
 -Bueno, el problema son esos asientos. Si no puedo dormir, necesito moverme en todo momento, y eso tampoco se puede.
-Humm -fue lo único que respondió, perdido en sus pensamientos y me preguntó, como si me hubiera ignorado por completo. (Aunque a mí tampoco me importaba mucho ser o no ser escuchada por él)-. ¿Qué te parece si tomamos algo antes de marcharnos? ¿Tienes hambre? -Su abrasadora mirada era tan intensa que me dejó sin aliento. Asentí con rapidez, estaba hambrienta. Él sonrió escuetamente y simplemente murmuró para sí-: Bien.
Nos acercamos a una pequeña cafetería situada en una esquina dentro del aeropuerto. Todo su exterior era de cristal, lo que le confería al interior una gran luminosidad y calidez. Sobre el portalón (también de cristal), se encontraba una gran tetera verde pastel en la que se encontraba grabado el nombre del local. “¿Un té conmigo?”. Ingenioso, pensé.
Alex volvió a abrirme la puerta. El establecimiento por dentro era también muy acogedor. Las paredes estaban envueltas de papel de pared lila y el suelo era de madera. Las mesas también eran de madera, aunque más oscura y estaban acompañadas con sillas a juego.
Tranquilamente, nos sentamos en unas alejadas y en un rincón, con vistas al aeropuerto. Él estaba frente a mí, sumido en una extraña reflexión dedicada a la mesa. Su expresión era seria y dura. La mandíbula la mantenía tensa y el ceño fruncido, como si algún pensamiento lo estuviera perturbando. Si observaba bien, en sus ojos podía leerse la preocupación, incluso tal vez una inexplicable tristeza. Por una vez, se me planteó buena idea callarme la boca. Esperé un segundo a que volviera y cuando lo hizo, compuso una minúscula sonrisa a modo de disculpa y me tendió la carta, que también tenía forma de tetera.
-¿Qué te apetece?
Sentí su maliciosa voz acariciarme.
-Mmm. Un croissant y un té verde.
-Así que te gusta el té -comentó alzando las cejas.
-Me encanta.
Sus ojos transparentes parecían analizar todos mis movimientos, meciéndome dulcemente sin que yo pudiera hacer nada para evitarlo. Su apariencia de tenerlo todo bajo control era bastante irritante, sobre todo porque parecía estar encantado de conocerse y de estar tan bueno. Y eso me hacía perder el control a mí… Sacándome bastante de quicio.
-Entonces parece ser que estamos en el sitio adecuado, ¿no?
Dibujó una sonrisa de niño bueno y yo aparté la mirada, rezando por parecer lo más indiferente posible. Por fortuna, una mujer de mediana edad, algo regordeta y con el pelo recogido en un moño despeinado se acercó a nuestra mesa a tomarnos nota.
-Buenas tardes, queridos. ¿Qué vais a querer?
Alex pidió lo que yo le había dicho y la señora se marchó al instante, con andares danzarines.
-¿Tú no vas a querer nada? -Le cuchicheé.
No me apetecía comer mientras él me miraba con esa expresión retorcida que se había despertado en su cara.
-No, tranquila -hizo una pausa y hundió su mirada en la mía-. Háblame de ti.
Su tono directo me encendió. No me apetecía hablar de mí, yo quería escucharle a él, a su voz ronca y tranquila contestando a todas y cada una de las preguntas que tenía preparadas. Iba a protestar por ellas, cuando él se me adelantó.
-¿Qué tal tu recuperación? ¿Hay algo que debería saber para que luego no me des un susto?
Enredó sus manos sobre la mesa. Parecía realmente interesado en mí. Resoplé suavemente.
-¿Sabes que estuve en coma? -Él asintió con aplomo-. Me recuperé a la perfección y el doctor me dijo que no debería tener ningún problema. Que no me esforzara por recordar cosas, porque hay momentos que habré olvidado por completo...
-¿Por completo? -Inquirió. Noté una intrigante curiosidad en su voz.
No me dio tiempo a responder. La camarera dejó un plato con forma de corazón en el centro de la mesa y el té a un lado.
-¡Para la parejita! Que os aproveche -exclamó con voz cantarina.
Inmediatamente, un extraño calor subió a mi cabeza, aturdiéndome.
-No somos pareja -repliqué secamente.
-¡Oh! Lo siento muchísimo. Si he molestado, no era mi intención…
-No me gustan los malentendidos -mascullé, con la mirada perdida en el remolino que se había formado en mi taza de té.
-No pasa nada -se apresuró a responder Alex, con una expresión calmada y divertida a partes iguales.
-Lo siento de veras -susurró la camarera alejándose con energía.
Ninguno de los dos dijo nada en un buen rato. Me serví azúcar y comencé a girar la cuchara. Sabía que él me estaba mirando. Suspiré, paseando mis dedos por los bordes de la taza. Le devolví la mirada y alcé una ceja. Parecía estar a punto de romper a reír.
-¿Qué? -le espeté.
Él balanceó la cabeza, entretenido de verdad. Eso me quemó por dentro.
-¿Qué te hace tanta gracia? -Pregunté bastante irritada.
-Tú. Tu forma de ser. Has dejado a la pobre mujer asustada.
Miré a la camarera de reojo. No era mi intención ser borde, pero el rollo de las parejas no es no mío. El amor implica sentimientos. Y la mayoría de los sentimientos, implican vulnerabilidad. Con ello, dolor…
-¿Hay algún problema con mi forma de ser?
-Ninguno, ninguno. Las cosas directas y a la cara. Me gusta… -dejó de sonreír y se apoyó sobre los antebrazos en la mesa, inclinando su cabeza hacia mí. Hasta serio estaba guapísimo-. Ya veo que vienes con ganas de guerra.
-Para tu información, siempre tengo ganas de guerra -le desafié altiva con la mirada, aproximándome a él de la misma manera.
-Es bueno saberlo, porque yo también -soltó, con una sonrisa de pillo que enganchaba.
Un silencio nos envolvió mientras nuestras miradas mantenían una extraña batalla, hasta que de repente, él soltó un suspiro y cerró los ojos, recolocándose en su posición. Lentamente, yo también lo hice y él volvió a ponerse serio bruscamente. Cuando abrió los ojos, no logré encontrar en ellos ni rastro de la picardía que antes había.
-Anda, come, que seguro que estás hambrienta.
-No antes de que me respondas a todas las preguntas que tengo para ti.
-¿Las has apuntado? No vaya a ser que se te olviden -se mofó con una sonrisita irónica.
-Las cosas importantes no se me olvidan.
-Qué bien. Volvemos a ser dos -su voz murió en un suspiro que me pareció demasiado triste, pero al segundo se recompuso-. Todo a su tiempo, Ellie, por favor. Ahora, come.
Quise protestarle. Decir algo. Batallar más y conseguir esas respuestas tan ansiadas, pero su mirada era tan intimidante que hasta mi instinto protector (que era un poco suicida) sabía que no era el momento de hablar. Bueno, eso, y que tenía demasiada hambre.

***



Un escalofrío me recorrió la espalda cuando el viento del exterior me azotó e involuntariamente intenté abrazarme, para mantener el poco calor que conservaba. Alex me miró con un deje de expectación y yo le correspondí. Después, se mordió el labio, en un gesto terriblemente atractivo y miró hacia el horizonte, con aire pensativo.
-Ven -giró la cabeza para indicarme el camino, con un gesto tan serio que imponía.
Yo lo seguí un paso por detrás por una hilera de coches, maldiciéndome por no haberme llevado una chaqueta más gruesa. Paramos al rato, frente a una gran moto negra. Él abrió el compartimento trasero y sacó una chaqueta de cuero a juego.
-Ten -me la ofreció y yo me la puse en seguida, desesperada-, tienes frío. Y si nos montamos en la moto, tendrás más. No quiero que enfermes, y menos ahora, que acabas de llegar.
Miré durante unos segundos a sus nítidos ojos, tal vez esperando a que sonriera como lo había hecho antes, pero no lo hizo y eso me inquietó.
-Gracias -solté en un susurro-, pero ¿tú no tendrás frío?
Entonces sí sonrió. Las comisuras de sus labios comenzaron a expandirse lentamente por su cara, regalándome una sonrisa preciosa que, por desgracia, no duró mucho.
-No. Hoy no tendré frío -¿Hoy? ¿Qué querría decir con eso? Una ligera convulsión me envolvió el cuerpo por culpa de su voz infinitamente peligrosa y atrayente-. Toma.
Me ofreció un casco rosa, que mi mente supuso involuntariamente que sería de su novia y me lo puse. Porque un chico como él tenía que tener novia, ¿no? Aunque, a mí, en realidad, eso no me importaba. Él se colocó el suyo, también negro, y yo me monté tras él, con la mochila a mi espalda de nuevo.
-Agárrate fuerte -fue lo último que dije antes de que el motor comenzara a rugir.
Hice lo que me pidió. Rodeé su cuerpo con mis manos y apoyé mi cabeza en su espalda.
La camisa era más fina de lo que parecía y podía sentir su piel ardiendo ferozmente bajo mis manos. Un agradable temblor me recorrió entera.

Lentamente, nos pusimos en movimiento y yo cerré los ojos, imaginándome una vez más lo que podría esconder aquel misterioso hombre y abandonándome a los latidos de su corazón, que eran lentos y acompasados.

28.9.14

Capítulo II


Tras un montón de papeleo y unos días después, me encontraba al fin en el avión que me llevaría a mi nuevo destino. California, Estados Unidos.
Una parte de mí iba a echar de menos Londres.
Sus calles, su aroma, sus colores... Mi infancia, mi familia, mi vida...
Resoplé pesadamente. La soledad no pretendía abandonarme en ningún momento y la tristeza apenas me dejaba tranquila, pero sabía que no podía volver a llorar, porque me lo había prometido. Eso es lo que había aprendido en aquellos meses que había pasado en el hospital, debía ser fuerte y no ser débil nunca más, para no dejar que nadie ni nada pudiera derribarme.
Si no hay sentimientos no hay dolor. Repetí mi mantra en mi cabeza con fuerza un par de veces mientras sacaba un mini-espejo que guardaba en mi bolso negro. Necesitaba distracción.
A mi favor, mi reflejo me sorprendió gratamente. A pesar de que no lograba recordar cómo era exactamente antes del accidente, tenía buen aspecto. Mis suaves ondas cobrizas brillaban con elegancia y mi piel lucía sana. Pálida como siempre, pero sana. Sonreí mentalmente y me aparté del espejo. Para mi desgracia, en mis ojos verdes no encontraría las respuestas que andaba buscando.
Alcé la vista hacia el techo grisáceo y me mordisqueé el labio, intentando reordenar los pensamientos y las dudas que no lograba sacar de mi cabeza. Lo cierto es que necesitaba conocerle y saciar toda mi curiosidad. Tenía tantas preguntas para hacerle que deseará no haberse hecho cargo de mí. Aunque aquella figura desconocida, aquel hermano oculto, estaba robándome la poca cordura que mantenía.
Y que alguien me hiciera perder la calma no me gustaba nada de nada, sobre todo porque me inestabilizaba perder el control…
-Señores pasajeros, estamos a punto de aterrizar en el aeropuerto de California. Rogamos pónganse los cinturones, apaguen los aparatos electrónicos y no abandonen sus asientos. Esperemos que hayan tenido un buen vuelo. Muchas gracias por elegirnos.
Genial, iba conocerle. No, no era genial. Estaba nerviosa. Mi estómago estaba revuelto y deseaba salir corriendo de allí. Pero, ¿acaso tenía miedo de saber la verdad? ¿Miedo de algo? No. Eso sí que no. Yo no podía tener miedo. Yo no podía ser débil. Tenía que enfrentarme a todo. Siempre. Y eso fue lo que hice. (Bueno, tampoco tenía otra opción).
Cuando al fin pude alejarme del incómodo avión, me estiré despacio y sentí cómo crujían todos mis huesos. Ponerse de pie después de haber pasado tanto tiempo sentada en ese estrecho asiento era una sensación más que agradable.
Agité la cabeza, algo desorientada. El lugar estaba atestado de gente que se movía nerviosa de un lugar para otro. Aquello parecía un hormiguero, así que decidí no parecer perdida y seguir a la gente, rumbo a recoger mi mochila.
Un paso, luego otro y cada vez más personas bullían a mis alrededores. Mi agobio era incontrolable, pero conseguí alcanzar las cintas transportadoras con algo de paciencia. Y como cabía esperar, una multitud rodeaba el lugar. Solté un bufido de resignación y me hice un hueco entre la gente, rezando para que mi torpeza me lo pusiera fácil esa vez. 
Mi equipaje tardó mucho en aparecer, pero con él en mi poder, me alejé con una sonrisa triunfante ante mi pequeña victoria.
Examiné el aeropuerto y a toda esa gente dispersándose por fin a mis alrededores. Respiré algo más aliviada, aunque con una pregunta en mente... Ahora que estaba allí, ¿cómo sabría quién era él y dónde debía esperarlo? Me encogí de hombros. Tal vez estaría en la puerta plantado sosteniendo una pancarta con mi nombre escrito. Al imaginármelo, me hizo gracia. Siempre había pensado que esa gente daba un poco de lástima. Aunque, ya dispuestos a descubrir si mi hermano sería uno de ellos, decidí encaminarme hacia las puertas de salida.
Tranquilamente, me recoloqué la mochila a la espalda y miré mi reloj de muñeca plateado para saber del tiempo que disponía. Pero antes de que pudiera evitarlo, mi distracción me hizo tropezar con mi propio pie y caí de bruces al suelo. Sí, a veces no soy capaz de hacer varias cosas a la vez.
Cerré los ojos con fuerza, deseando que nadie me hubiera visto, (cosa que era bastante improbable) y me maldije porque, verdaderamente, era imposible que existiera alguien tan torpe como yo.
Antes de que pudiera incorporarme y fingir que no había pasado nada, aparecieron frente a mis ojos unas botas masculinas. Después, escuché una voz ronca y profunda que sonaba aparentemente preocupada:
-¿Te has hecho daño?
Alcé la cabeza por puro instinto, algo desorientada, y mi mirada se fijó inevitablemente en la suya. Se me aceleró la respiración. Era joven y vestía unos vaqueros claros y una camisa gris desabrochada. Por dentro, se entreveía una camiseta negra que se ajustaba a su torso a la perfección. ¿No tendría frío? Yo estaba congelada.
Me tendió la mano para ayudarme y yo se la di consiguiendo ponerme en pie. Su piel caliente acarició la mía y un extraño calambre me recorrió entera. Cuando me incorporé, caí en la cuenta de lo alto que era, como quince centímetros más que yo.
Inmediatamente, casi con urgencia, nuestros ojos se volvieron a encontrar. Entonces me percaté de su ardiente color. Una mezcla de azules y verdes diáfanos, casi transparentes, me observaban atentos.
Joder, eran tan bonitos que costaba mirarlos.
La temperatura subía vertiginosamente. La cabeza comenzaba a darme vueltas. Mis oídos se alejaron de todo, dejando atrás el barullo del aeropuerto y centrándose en mi corazón, que latía embravecido por todo mi cuerpo.
¿Qué estaba pasando?
Nada, en la vida hay desconocidos mágicamente atractivos y punto, pensé.
Lentamente, se rompió el hechizo. Él apartó su mano. Yo aparté la mía. Se perdió el contacto visual y comencé a sacudirme las rodillas, para que no pudiera ver mi cara desencajada. Sabía que lo que debía hacer era darle las gracias para alejarme lo antes posible de ese singular encuentro, pero el misterioso hombre se me adelantó.
-¿Me dejas ayudarte?-Preguntó señalando mi mochila con su barbilla.
Sin razón aparente, no pude contestar. Me quedé bloqueada, totalmente en blanco. Y como mi fantástica suerte nunca me abandonaba, él pareció darse cuenta y alzó las cejas, a la espera de una respuesta. Mi conciencia me recordó mordaz que una cosa era babear por un tío bueno y otra muy distinta, hacer el ridículo. Entonces, desperté.
-Perdona, pero ¿quién eres?
-Perdóname tú.
El chico meneó apenas la cabeza con una mueca juguetona mientras se acariciaba el alborotado pelo rubio. Al acto, me tendió otra vez la mano y yo le miré, totalmente perpleja. Media sonrisa coqueteaba en sus atractivos labios. El corazón me dio un vuelco.
-Tú debes de ser Ellie. Yo soy Alex, tu hermanastro. Bienvenida a casa- le extendí mi mano otra vez y él inclinó levemente la cabeza cordialmente-. Encantado de conocerte, Ellie Grace.
Tras oír su voz suave y sugerente decirme eso y sentir nuevamente su piel hirviendo, me volví a quedar sin habla. Es más, dudaba si podría volver a decir algo coherente en mucho tiempo. Aquel desconocido mágicamente atractivo era mi hermano y esa realidad me redujo hasta transformarme en una Ellie minúscula e inofensiva…

Aunque sólo fuera durante dos segundos.