21.10.13

Capítulo 16. Perderte.


Vero ha tardado muy poco en llegar a casa de Marcos. Es un camino que se conoce de memoria. Cada vez que tiene que ir, un intenso rubor acude a sus mejillas al recordar lo sucedido el día que se conocieron.
Una vez que está en su portal, unos nervios la recorren el cuerpo entero. Se muerde el labio, pensativa. ¿Habrá hecho bien en venir? Pero, como la indecisión no aguanta mucho en el cuerpo de Vero, se encoge de hombros y toca el telefonillo. Espera pacientemente y, al poco tiempo, escucha como se descuelga el auricular y unas leves risas se expanden.
-¿Quién es...?
Vero escucha la profunda voz de Marcos y las pulsaciones se le disparan. Abre la boca para contestarle, animada, cuando escucha otra voz más.
-¿Quién es, Marquitos? Espero que hoy no hayas quedado con nadie, que ya que he venido a verte, es un día para nosotros.
A Vero se le congela la respiración cuando escucha estas palabras, provenientes de una chica que es incapaz de identificar. ¿Enfermo? Mentiroso, si acaso.
-¿Quién es...? Voy a colgar...
Vero se aleja de allí sin hacer ruido. Ya sabe todo lo que tenía que saber. Cuando está lo suficientemente lejos, el llanto aflora y es incapaz de frenarlo. Joder, ¿qué está haciendo Marcos con ella?

♥♥♥

Lucía sale de casa sin hacer ruido. Lo primero que hace es encender el móvil. Tiene un mensaje de Vero. Lo abre. “No sé por qué te has marchado, ya te regañaré en otra ocasión. Ahora tienes que saber que Aitor está completamente enamorado de ti.” Al terminar de leerlo, el corazón le da un vuelco. ¿Qué se supone que hizo Vero la noche anterior? Pone los ojos en blanco y su conciencia vuelve a interrumpirla, con su aire irónico insoportable: “Si anoche te hubieras quedado, lo sabrías.”
El camino al polideportivo se ha pasado volando y Lucía no hace más que pensar. En el mensaje, en sus sentimientos y, sobre todo, en él, que está a punto de volver a verle. Se examina rápidamente, un moño alto, un vestido blanco muy elegante y sus zapatos de tacón favoritos. Vestida así, se siente poderosa. Suspira hondo, dándose ánimos y recordándose a sí misma que todo va a salir bien.
Cuando entra al recinto, busca el salón de actos. Y al poner un pie allí, los nervios se apoderan de ella convirtiéndola automáticamente en una Lucía tímida y cobarde. Adiós, poderío. Por suerte, el salón está muy oscuro y hay mucha gente. Así, no tendría que verse con él. Bien. Sonríe mentalmente y busca un asiento donde poder permanecer oculta en la oscuridad. Hoy no le apetece encontrase con nadie y menos con Aitor.
La reunión acaba de comenzar. El director del polideportivo, vestido con una camisa gris que no le favorece para nada, comienza a presentar la celebración. Lucía le mira y sonríe, un tanto burlona.
-Bueno, como hoy es un día especial, me despido diciendo que va a subir al escenario un chico cuya historia me ha conmovido y creo que merece ser escuchado. Me gustaría que le diéseis un fuerte aplauso a Aitor.
Lucía mira al escenario con los ojos como platos. El calor comienza a subírsele a las mejillas y su corazón empieza a latir con furia. No se lo puede creer. Una parte de su cerebro le grita que se marche, pero la otra, la más poderosa esta vez, le obliga a quedarse hasta el final.
Aitor sube al escenario. Está increíblemente sexy. Viste una camisa y unos vaqueros desgastados. Lucía se queda boquiabierta y no puede evitar comérselo con la mirada. La ropa le sienta demasiado bien y ella se siente aún más acalorada. Todo el mundo para de aplaudir y se escucha algún que otro gritito proveniente del sector de las que hacen gimnasia rítmica. Lucía las fulmina con la mirada desde su sitio, aunque sabe de sobra que no pueden verla.
-Buenos días a todos. Espero que hayáis pasado unas buenas vacaciones. Yo, aunque no os importará saberlo, he pasado el mejor verano de mi vida.-hace una pausa y mira a todos los sitios. Sonríe con confianza y Lucía se derrite, como más de una chica en esa sala.-Bueno, no quiero aburriros contándoos mi vida. Simplemente me gustaría que aprendiérais algo. Aunque yo no sea el más indicado para hablar en esta ocasión. En fin, que como deportista que me considero, he perdido y he aprendido a perder al igual que he ganado y he sabido disfrutarlo. Y he conocido a gente estúpida que el no saber perder le ha llevado a estropear la vida de los demás. Sí, suena estúpido pero, a veces, es prácticamente imposible encontrar un buen amigo en esta vida.
Bueno, ¿y qué hay del amor? Sí, nosotros también nos enamoramos y, aunque parezca cursi, también lloramos. Y hay una cosa demasiado valiosa que he aprendido en estos últimos meses. Que mi mejor victoria ha sido ella y que si de perder se trata, Lucía, yo esta vez no estoy dispuesto a perderte.
Ella le mira desde su sitio y se siete paralizada, como si su voz la hubiera llegado directamente al corazón y fuera incapaz hasta de respirar. Pero poco a poco, una lágrima se desliza tímida por su mejilla y ella suspira. Este chico la tiene locamente enamorada.
-Lucía, si no sales tú, tendré que hacerlo yo...
Una voz se escucha y la gente se ríe. Y, al acto, todo el mundo se pone de pie y empieza a gritar su nombre. Lucía no sabe dónde meterse y decide que lo mejor es zanjar el tema. Se levanta y sube al escenario. Una vez allí, Aitor la mira, completamente fascinado. Lucía siente como su intensa mirada le recorre el cuerpo entero y un escalofrío se apodera de ella. Aitor esboza una lenta sonrisa y le tiende el brazo. Ella le devuelve la sonrisa, totalmente atrapada en él y se agarra de su mano. La gente se ha callado y observa la escena en silencio. Aitor la atrae hacia sí con dulzura y alza las manos. Coge con extrema delicadeza la cara de Lucía y le acaricia las mejillas, sin dejar de mirarle a los ojos. Lucía, bajo el influjo de su mirada juguetona, se deja hacer y se pierde en sus preciosos ojos.
-Te he echado muchísimo de menos.-Aitor le susurra y a Lucía, esas palabras le saben a gloria.
El muchacho se cierne suavemente sobre ella y le besa con dulzura, acariciando lentamente su cintura. Lucía siente un hormigueo que la recorre entera y se pierde aún más en él y en ese beso que no desea que termine nunca.

A Aroa se le escapa un bostezo y se estira aún más, haciendo crujir todos sus huesos. Todo el optimismo que tenía ha desaparecido. Mira a Víctor con una mueca desesperanzada. Este le agarra la mano y comienza a acariciarla suavemente, pero ella es incapaz de relajarse y continúa en tensión.
-Tengo miedo, Aroa.-Víctor aparta la mirada y se centra en la caricia, como siempre. Aroa siente que la situación ya la ha vivido y siente un pinchazo a la altura del pecho.
-Yo también.-musita Aroa, con la voz rota.
-Tú, ¿por qué?-Comienza Víctor, cabizbajo.
-Tengo miedo de lo que siento hacia ti. Porque sé que es grande.-Aroa aparta la mirada y se muerde el labio, nerviosa.-Y porque no quiero volver a pasar por esto. Yo no quiero hacerte daño.
Víctor le mira a los ojos y deja de acariciarle la mano al acto. Fija sus ojos castaño en los de Aroa. Su expresión serena parece tensarse.
-Dime que no, por favor. Dime que no va a volver a ocurrir, que a nosotros no nos va a pasar nada.-Su voz rota suena desesperada y Aroa se muerde el labio con más fuerza. No sabe qué decir.
-Yo no quiero hacerte daño, Víctor. Pero yo no he decidido que surgiera esto entre nosotros...
-¿Y si ahora pudieras decidirlo? ¿Te arrepientes de lo que ha ocurrido?-La mirada de Víctor se intensifica a cada segundo y ella responde, rotunda.
-No me arrepiento. Y nunca lo haré.
-¿Entonces, Aroa? ¿Qué somos? ¿Qué va a pasar con nosotros?
-No lo sé, Víctor...Yo quiero que lo seamos todo pero...esto no depende de mí. Yo me tengo que marchar y estando tan lejos...Yo...no podría...-Aroa aparta la mirada y musita, con la poca voz que le queda.-La verdad, es que no lo sé...
Víctor cierra los ojos y suspira profundamente. Cuando los abre, su mirada se ha oscurecido y arde de furia.
-No lo sabes... Yo tampoco lo sé, Aroa. Dímelo tú, ¿qué voy a hacer sin ti?
Aroa le mira a los ojos y se estremece. Su tono de voz se resquebraja y ella percibe miedo y preocupación en su rostro pálido, pero se encoge en sí misma sin encontrar las palabras adecuadas para hacerle sentir mejor. Se siente impotente.
-Me gustas mucho No, más que eso.-Víctor le agarra la cara entre sus manos y Aroa siente un escalofrío ante el ardor de su contacto.-Te quiero, Aroa.
A ella se le dispara la respiración y siente un nudo en la garganta. Está a punto de llorar y no quiere que él le vuelva a ver así. Suspira hondo y continua mirándole a los ojos. No quiere hacerle daño, pero es inevitable. Se encoje de hombros con finjidísima indiferencia y aparta la mirada, haciendo acopio de valor.
-Creo que debería empezar a hacer las maletas.-Aroa siente la suplicante mirada de Víctor y, a continuación, escucha un bufido irónico que se escapa entre sus labios. Se levanta de la cama y camina lentamente hacia la puerta. El dolor se hace más intenso a medida que él se aleja más de ella. Se para en el quicio de la puerta y, sin mirarla, compone unas palabras que articula con dificultad.
-Tienes un mensaje de Álvaro. Si me necesitas, estoy desayunando.
Cierra la puerta con cuidado y Aroa se desploma en la cama. Las lágrimas comienzan a arder en sus mejillas y la opresión en el pecho aumenta por momentos. Su respiración se altera cada vez más, y ella tiembla, sintiéndose rota por dentro. Se sujeta las piernas echa un ovillo y se tapa la cara con la almohada. Ella no quiere hacerle daño. Pero ya está cansada de ser la mala y acaba de tomar una decisión.

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